En un encuentro hace poco, durante un intercambio de impresiones, de esos que se hacen después de la sesión, o parte de la ella de ser significativa; donde cada uno expone lo que ha sentido y experimentado; una sumisa que compartió la sesión con mi esclava, me preguntó qué sentía en esos momentos en que se había fijado en cierto brillo en mi mirada y sonrisa entre pícara y satisfecha ante sus pruebas…
Sencillamente, de la forma en que me lo preguntaba, me dejó sin habla… Se suele acudir al lugar común de la “sensación de poder” por parte del Dominante, etc., etc., etc., y muy poco más. Si acaso se habla de la euforia, de la intensidad-potencia del deseo (sexual o no). Pero
esa sumisa lo preguntaba “de otra manera” y me di cuenta que me interpelaba directamente, quería saber lo que sentía más allá de todo ese lugar común, quería que le explicara esa cara con esa mirada y sonrisa, y tenía que ver con las pequeñas (o íntimas), cosas que se sienten, más que con la genérica de dominar la sesión.
Y, reconozcámoslo… falta “literatura”, se habla muy poco de eso, y no encontramos las palabras para explicarlo; diríamos que tenemos que crearlas, empezar a hablar de ello. De hacerlo, podríamos tener una referencia, unas experiencias que al nombrarlas y describirlas tengan cuerpo y sean reconocibles; eso pretendo con esta reflexión.
En el caso de los sumisos, parece más fácil explicarse, porque se habla y escribe mucho más, y justamente se habla mucho de los pequeños sentires, de las sensaciones concretas, igual que de las sensaciones generales de sumisión, acatamiento, entrega. Es decir se habla en su caso de los subespaces, o de la intensidad de las sensaciones, del exacerbamiento, de la magnitud del orgasmo, de las mariposas que revolotean en la boca del estómago, del deseo que sienten al entregarse, de la libido desatada, de lo “mojadas” que se ponen (ellas), de lo que se empalman y mantienen-contienen (ellos), de lo que controlan físicamente sobre sus partes, del dolor concreto en sus pezones, la duración de los pequeños (o grandes) tormentos, pellizcos, pinzamientos, el morbo placentero en su caso, el rechazo vencido en otros casos… miles de pequeñas cosas.
En definitiva, ellos, los sumisos hablan de TODO, nosotros de lugares comunes. Ellos hablan igual de lo grande y de lo pequeño, de lo explosivo y lo cotidiano; nosotros de la sensación permanente de poder o en todo caso de la culminación de esas sensaciones; pero casi nunca (por lo que oigo o leo), de lo que subyace íntimamente o sentimos puntualmente. Y todos, eso sí, hablamos a veces de la sensación de bajada posterior a las sesiones; cuando las endorfinas vuelven a sus niveles y lo que supuso un culmen se va apagando; aunque también en ese caso se habla más de ellos, los sumisos. Cuando les ordenamos nos lo cuentan, como a nosotros no nos lo “ordena” nadie, mantenemos el pudor ¿Será esa la razón del silencio?
Y por eso me quedé sin palabras: no sabía definir muy bien esa interioridad que esa sumisa me preguntaba, y puesto que compartimos una serie de experiencias, que para ella supusieron una “bomba” según sus palabras (entre otras), que tocaron profundamente el cuerpo y alma de la sumisa, en justa correspondencia me parecía importante no hablar de generalidades, sino del sencillo y “pequeño” sentir que se escondía en esa sonrisa y mirada que detectó.
Eso estoy intentando La primera imagen que me vino a la mente, es esa sensación a la que las sumisas se refieren como un revolotear de mariposas en la boca del estómago; pero esa imagen hace más referencia a las sensaciones que ellas experimentan ante el futuro encuentro, cuando vienen, más que a las que se sienten durante el mismo. Y nosotros no sentimos en realidad lo mismo; pero si que experimentamos una cierta “tensión”, un estado muy poco definido que se acrecienta según se van desarrollando las distintas etapas del encuentro o sesión. Y ese estado es para el que no termino de encontrar las palabras: esa sensación de cierta tensión excitada, permanente e íntima durante la espera y la sesión, que nos hace brillar los ojos y sonreír casi inadvertidamente, se sitúa en la boca del estómago; pero no es un revoloteo, sino una excitación, no es potente, no siempre se acompaña de erección por ejemplo, ni necesariamente de deseo sexual, aunque a veces lo acentúe. Simplemente está ahí, es un estado que se nos hace grato, que nos permite sentir que estamos donde queremos y como queremos.
Esas son las sensaciones-palabras que se me ocurren; tal vez nos haga pensar y alguno encuentre otras o lo describa mejor. Para mí es el estado íntimo que siento, como una excitación permanente y contenida, un placer como cotidiano y sin embargo real y remarcable, un deseo precisamente de eso: de las pruebas o usos que hago del sumiso-a-s, que tapan momentáneamente todos los demás, a la espera de que encuentren su propio lugar en el desarrollo de los acontecimientos. Y ese estado agradable se acrecienta puntualmente cuando soy consciente de lo que estoy haciendo y contemplo, toco o uso a este, o esa, o esos sumisos… en esos momentos me brilla concreta y puntualmente la mirada y refleja justamente eso que intento decir: satisfacción y deseo, excitados, contenidos, agradables… son el hilo conductor, así como la razón y sustento de lo que estoy haciendo.
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Gracias por esa pregunta, sumisa. Un saludo a todos
AMOSUM
P.D. Fotografías propias (de esa sesión, con esa sumisa, retiradas en abril de 2016, no son necesarias)